Publicado el 9 de Mayo, 2005, 1:00
![]() Antes y durante la época de las cruzadas no existía un medio de difusión de sueños como éste: el cine. La representación de historias era llevada a cabo por un puñado de personas o una sola. Se cantaban entonces hazañas o se teatralizaban rodeados de gradas de piedra. Por aquél entonces, las historias eran igual de imaginativas que las que ahora vemos en pantalla. No había mucha diferencia, en cuanto a fidelidad a la realidad, entre las proezas de los héroes mitológicos y éstos que nos construyen ahora y lo cierto es que ni antes ni ahora, los autores de fantasías épicas trataron de buscar la lógica, tan sólo el impacto emocional que debían de producir en las personas. En los inicios del cine los guionistas exploraban el medio y algunos pensaban que la calidad literaria, el fiel reflejo de la realidad, la recreación histórica o la reflexión sobre la naturaleza humana o social resultarían interesantes y les permitirían escribir guiones que pasarían a la posteridad. Hoy, parece que esas no son buenas opciones. Tras tantos años de estudio de los espectadores y sus necesidades se ha dado con la fórmula mágica que permite crear historias de impacto y acumular grandes ingresos. Lo que se está haciendo no es nuevo, pero se usan mejores herramientas. Se trata, en realidad, de crear fantasías y hacer que la gente las viva. Fantasear es una cualidad innata en el ser humano y nos acompaña desde niños. Para algo ha de servirnos puesto que al tenerla todos, demuestra haber sido evolutivamente rentable, es decir, ha permitido al ser humano avanzar en la conquista del entorno. Las fantasías heroicas, como la de esta película, nos presenta al gran hombre que todos quisiéramos ser obteniendo lo que siempre nos habría gustado conseguir. La fantasía parece despertar nuestros deseos de ser mejores y alcanzar lo que la realidad no nos permite. Pongo arriba la carátula del reino de los cielos porque es el último film que he visionado en una pantalla panorámica que cumple esas características. El director, Ridley Scott, se ha metido en un proyecto que nos hacía creer que disfrutaríamos de otra historia como Gladiator, que ha creado mucha más repercusión que la que ésta podrá lograr. El general Máximo Décimo Meridio y Valiant el herrero son ambos grandes héroes, pero son protagonistas de películas de estilo bien distinto. El primero, parte como un gran hombre que sufre un revés del destino y acaba sumergido en la miseria, entre la que tiene que luchar, en condiciones muy duras, para conseguir su venganza ante el emperador. Valiant parte de una situación muy dura, y lucha en una tierra inhóspita por aquellas personas que en ella habitan. Su situación sin embargo enseguida se hace cómoda. Pronto olvida sus penas anteriores y se arroja al catre con una hermosa dama, mientras la gente lo mira con admiración por el potencial que comienza a desarrollar. La diferencia estriba, como digo, en que Máximo se enfrenta a condiciones más duras y sus logros por tanto son para nosotros más valiosos. Valiant es más bien un tipo poco creíble y poco meritorio. Los dos cumplen el requisito más importante para despertar la fantasía en los espectadores: son capaces de grandes proezas. Son líderes natos. Lo son, porque saben siempre lo que hay que hacer y no se equivocan al decidir. Poco puede un solo hombre cuando todo un ejército le amenaza, pero cuando el grupo al que pertenece es comandado por alguien especial, que sabe cómo actuar con decisión, transmitir esa misma decisión a los demás y elegir el mejor medio para lograr sus fines, las posibilidades de éxito se multiplican hasta el infinito. Máximo y Valiant son ejemplos de esos hombres imaginarios. En la realidad, estudios de psicólogos demostraron que los hombres más decididos, se equivocan más que los no decididos. Los primeros son igual de humanos que los segundos y por tanto se equivocan, pero las personas decididas actúan más veces que las inseguras, aumentando sus posibilidades de error (alguien me podría decir y le daría la razón, que temer actuar es ya un error en sí mismo, pero el caso es que la figura del líder capaz de hacerlo todo bien es imaginaria). La fuerza de esas películas se basa, entonces, en la credibilidad que tiene el protagonista para representar el arquetipo de líder. La figura del héroe esta ahí. El resto de la representación tiene por sentido darle credibilidad y un escenario épico donde desarrollarse. Máximo Décimo dirige a sus gladiadores elegidos al azar, curiosamente todos con experiencia militar en el ejército romano, contra oponentes mejor pertrechados. En clara desventaja. Para el guión, no tiene ninguna importancia esa casualidad que roza el absurdo. Tampoco la tiene que el general viaje de los países nórdicos a Hispania a caballo y herido. Que llegue a su antiguo hogar y vea a su familia muerta y entonces sea esclavizado y llevado hasta otro confín del mundo para convertirse en gladiador. En el reino de los cielos. No importa que el héroe pase de herrero a estratega militar excepcional, capaz de ganar todas sus primeras batallas contra generales experimentados. La coherencia no importa. El contexto histórico sólo sirve para hacer atractiva la historia, para desarrollar las proezas en un marco familiar, pero no tiene sentido respetarlo. Los ideales del protagonista se usan para facilitar que los espectadores se identifiquen con él (en el caso de Valiant, su humanismo contrario al fanatismo eclesiástico, que es lo único que a mí me hizo divertirme durante el visionado). Lo que hace que se estrenen películas como ésta, son los millones de dólares que arrastra una figura heroica, que haga a los espectadores fantasear y sentirse invencibles, decididos y aptos para el liderazgo y la admiración de masas. Este tipo de situaciones lo que parece demostrar es que a los humanos nos gusta fantasear y que gastamos mucho dinero para tener material con el que confeccionar fantasías. El cine no es la única industria que nos los facilita. |